Paseando con mi pequeño gran Turco, me he dado cuenta de que no vivimos en una sociedad tan triste e insensible como pensamos algunos. Abuelos, críos, chicos, chicas, madres o padres son capaces de pararse para dedicarle una sonrisa a un perrito que pasea con su amo. Quizá me quede con la conversación que acabo de mantener con un señor mayor a las puertas de un establecimiento algo peculiar. Bajo su cano bigote y su sonrisa aguantada aún por el paso del tiempo, me ha dedicado un trocito de su tiempo y ya con eso me es suficiente para saber que la corrupción quizás sólo sea de los políticos.
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