
Acabamos de venir de un fuego en una vivienda. Nada más sonar el aviso tu corazón se acelera a un ritmo frenético, el sudor empieza a brotar y tu semblante se vuelvo serio y templado de un tirón. Te montas en el coche, te equipas como puedes con el vaivén de los baches y frenazos. Entonces, llegas.
Llegas y ves mucho humo, gente impaciente aguarda tu llegada y sed de hacer las cosas bien. Entras, haces tu trabajo, de la mejor manera que sea posible, extingues, enfrías, ventilas, sales, sudas, te ensucias, sales y recoges. Entonces es cuando pasa.
Una sensación de sentirte bien te acapara, te atrapa en sus garras y de las cuales no quieres salir. Te sientes pleno y con el deber cumplido en tus quehaceres para hoy. Te sientes fuerte. La sensación que hacía tiempo que anhelaba y que hoy ha llegado, disfrazado por la extinción de un buen incendio sin tener que lamentar ninguna pérdida.
Me gusta lo que hago; me siento bien por haber elegido esta profesión, elegirla y tener la suerte de desempeñarla. Para esto nacido, para eso me engendraron, para ayudar y ser feliz.
Hasta mañana aún queda trabajo por delante, así que puestos a pedir, pidamos. ¡Más madera!
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