18 de junio de 2009

Inyección de adrenalina

Qué pasada! Hoy estoy de guardia, y si bien puede ser otra jornada de trabajo cualquiera. Pero no, hoy no. Ya hacía bastantes guardias que no tenía esta sensación. La sensación de sentirte útil, provechoso, integrado, respetado, querido, vivo... Hoy sí, y ¿por qué? Pues por la sencilla razón de dedicarme a hacer para lo que fui adiestrado, y soportar el peso del infierno en mi espalda.

Acabamos de venir de un fuego en una vivienda. Nada más sonar el aviso tu corazón se acelera a un ritmo frenético, el sudor empieza a brotar y tu semblante se vuelvo serio y templado de un tirón. Te montas en el coche, te equipas como puedes con el vaivén de los baches y frenazos. Entonces, llegas.

Llegas y ves mucho humo, gente impaciente aguarda tu llegada y sed de hacer las cosas bien. Entras, haces tu trabajo, de la mejor manera que sea posible, extingues, enfrías, ventilas, sales, sudas, te ensucias, sales y recoges. Entonces es cuando pasa.

Una sensación de sentirte bien te acapara, te atrapa en sus garras y de las cuales no quieres salir. Te sientes pleno y con el deber cumplido en tus quehaceres para hoy. Te sientes fuerte. La sensación que hacía tiempo que anhelaba y que hoy ha llegado, disfrazado por la extinción de un buen incendio sin tener que lamentar ninguna pérdida.

Me gusta lo que hago; me siento bien por haber elegido esta profesión, elegirla y tener la suerte de desempeñarla. Para esto nacido, para eso me engendraron, para ayudar y ser feliz.
Hasta mañana aún queda trabajo por delante, así que puestos a pedir, pidamos. ¡Más madera!

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